domingo, 4 de junio de 2017

Solemnidad de Pentecostés

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».  Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Juan 20, 19‑23.
1. La fiesta de Pentecostés. El pentecostés hebreo recordaba el día de la Alianza del Monte Sinaí. Era el nacimiento del pueblo de Israel y el día solemne en que recibió las tablas de la ley. Era la fiesta de la Alianza entre Dios y el pueblo elegido. (Ex19,3_8a.16_20b). Jesucristo quiso que en este mismo día naciese el nuevo pueblo de Dios, su Iglesia. Al igual que en el Sinaí hay una teofanía con truenos y fuego(EV); y se efectúa una nueva creación, pues Jesús en el Evangelio sopla sobre los discípulos como Dios Padre sopló sobre el cuerpo inerte de Adán dándole vida.

Los discípulos en este momento quedan constituídos en testimonios veraces y valientes de la Pascua del Señor, anunciadores de su misterio y de la nueva ley del amor, proclamada por Cristo en su Evangelio de salvación. Llega así el cumplimiento de la Pascua del Señor: los frutos de la redención por medio de la muerte y resurrección de Cristo se concretan en la efusión del Espíritu Santo. Esta es la razón por la que San Juan coloca el día de Pentecostés con el día de la Resurrección. Apareciendo a los discípulos reunidos en el Cenáculo, les muestra los signos de su crucifixión, Jesús sopló sobre ellos y dijo "Recibid al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se les perdonen, les quedarán sin perdonar". Este soplo simboliza y concreta el don del Espíritu Santo, principio omnipotente de la nueva creación operada por la muerte y resurrección de Cristo. Así que el Nuevo Pueblo mediante la Sangre de Cristo, sanciona la Nueva y eterna alianza.

2. Todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo espíritu para formar un solo cuerpo. Con estas palabras San Pablo nos explica la relación que hay en la Iglesia con el Espíritu Santo: existe una diversidad de miembros en ella pero unificados por un mismo Espíritu. En el cristiano, se manifiesta el Espíritu para el bien común, porque ha sido consagrado a Dios en el día de su bautismo.

Con Pentecostés se realiza una nueva creación, la del Cuerpo Místico de Cristo. Todos sus miembros son unificados por el Espíritu de Dios. En efecto, siguiendo a San Agustín podemos recordar la siguiente analogía: "Aquello que nuestro espíritu, es decir nuestra alma, es en relación a nuestros miembros, lo es el Espíritu Santo para los miembros de Cristo, es decir para el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia". (Sermón 269, 2: PL 38,1232). ¿En qué sentido la aplicamos?

El Espíritu Santo es el principio vital de la Iglesia. Es el dador de vida y de unidad de la Iglesia. Es autor y promotor de la vida divina del Cuerpo de Cristo. Es el soplo vital de la nueva creación que se concreta en la Iglesia. Siendo vida divina significa que santifica continuamente a la Iglesia. La santidad será la identidad profunda de la Iglesia como Cuerpo de Cristo, vivificado y partícipe de su Espíritu.

También será alma de la Iglesia en el sentido de inspirar la luz divina en el pensamiento de la Iglesia. Asiste al Magisterio siendo el espíritu de verdad, prometido por Cristo en la última Cena. Todo el anuncio de la verdad revelada es inspirado por Él y obra la profundización y experiencia de fe a todos los niveles del Cuerpo de Cristo: tanto en el Magisterio como en el sensus fidei de todos los creyentes: catequistas, teólogos, pensadores.

Es alma de la Iglesia como fuente de todo el dinamismo de la Iglesia, testimoniando a Cristo en el mundo o difundiendo su mensaje. Esto se ve reflejado en el Evangelio de hoy donde Cristo da la misión a la iglesia y el mejor medio para cumplirlo que es el don de su Espíritu. Finalmente el Espíritu Santo es alma de la Iglesia porque la rejuvenece y la unifica continuamente. Más potente es la fuerza del Espíritu que es amor vivificante y unificante que todas las debilidades humanas y pecados que cometemos nosotros sus miembros.

Podemos resumir cuanto se ha dicho con una cita del Vaticano II, Lumen Gentium 4: «el Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Cor 3, 16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf. Gál 4, 6; Rom 8, 15_16.26). Guía a la Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en comunión y misterio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4, 11_12; 1 Cor 12, 4; Gál 5, 22) con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo »

3. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo. Con esta frase podemos acercarnos a otro aspecto importante de esta fiesta: la inhabitación del Espíritu Santo. En la historia de la salvación la presencia de Dios tuvo una evolución. En la Antigua Alianza, Dios está presente y se manifiesta en la "tienda" del desierto, más tarde en el "Sancta sanctorum" del templo de Jerusalén. En la nueva alianza, la presencia se actúa y se identifica con la Encarnación de Jesucristo: Dios está presente en medio de los hombres mediante la humanidad asumida de su Hijo. Así Dios va preparando una nueva presencia, invisible, que se actúa con la venida del Espíritu Santo. Una presencia interior, una presencia en los corazones humanos. Así se cumple la profecía de Ezequiel: "Os daré un corazón nuevo, meteré dentro de ustedes un espíritu nuevo... Pondré mi espíritu dentro de ustedes".

Los hombres vienen a ser templos de Dios, porque es el espíritu de Dios quien habita en ellos. Comporta una consagración de la entera persona humana a semejanza del templo. Santifica cuerpo y alma confiriendo una dignidad mayor, la de Hijo de Dios, de participar de la vida divina a través de la gracia. Por eso no hay que entristecer al Espíritu Santo con una vida de pecado o tibieza espiritual. Siendo Él la Persona-Amor de la Trinidad, viviendo en el corazón humano crea una exigencia interior de vivir en el amor. De aquí se desprende que una vida cristiana sin referencia explícita al Espíritu Santo es incompleta.