miércoles, 31 de diciembre de 2008

“Los recuerdos ahuyentan al olvido”

Nunca te marcharás de entre nosotros. Creedme, nunca. ¿Sabéis por qué? Por el simple hecho de haber marcado un antes y un después en nuestras vidas de cofrades, que hasta el momento habíamos vivido en mayor o menor intensidad. Con tu sabia experiencia supiste crear el sendero, a cada uno de nosotros, hasta llegar al final del mismo. Hasta tu encuentro. De eso han transcurrido ya seis años. Seis años que han dado para mucho en todos los sentidos. Seis primaveras a cuál mejor. Tu semblante comenzó a cambiar haya por el frío mes de enero de un recordado año 2003. Unos chiquillos deseaban sacarte del olvido más profundo de tu devoción. Ganas, esfuerzo, quebraderos de cabeza, ilusión y un sin fin de calificativos revolotean en mi memoria para describir aquel paso dado por dos amigos entusiastas que se estaban creyendo lo que habían soñado desde tiempo atrás y lo que es más hermoso aún, nos lo hicieron creer a unos pocos más. Comenzamos a plantearnos tu resurgir de aquella fría y pequeña capilla donde habitabas durante el año. Y así fue. Se puso la primera piedra de aquel camino tan difícil que nos esperaba a partir de ese instante. Seis años recorriendo este camino y te has hecho mayor. Tu imagen cada año que pasaba se iba deteriorando lastrada por aquellos tiempos en los que estuviste en el mayor de los olvidos posibles. Tu cara parecía cansada. Aún así siempre mantenías esa mirada gloriosa, que daba fuerzas para seguir recorriendo tu sendero. El Resucitado se estaba haciendo mayor, al igual que aquellos chiquillos que aprendieron a ser cofrades entorno a sus plantas. Aún así, en ese estado por el que estabas atravesando, nos regalabas cada año, sólo por un día, la mejor estampa tuya, en muchos años. Al salir de tu morada sagrada todo era diferente. Lo cotidiano de la vida se convertía en algo excepcional. Las caras cambiaban su semblante al verte pasar. El cielo se limpiaba de nubes para que pudieras resucitar. Las hojas del palacio querían brotar tras su letargo invernal. Aquel sueño de chiquillo, se hizo por unos momentos, realidad. Y al fin tuviste tu recompensa Señor Resucitado. Al fin Guadalcanal te supo rezar.

Aunque ya tu pequeña imagen no suba a los cielos en la mañana gloriosa del domingo. Aunque las miradas de Guadalcanal ya no puedan mirar ese brazo extendido con el que tocabas el mismísimo cielo. Aunque la luz plena de una mañana de Abril no incida más en tu pecho. Siempre estarás en la memoria de todo el que te supo amar, desde el costalero, aguaó o capataz…Siempre te encontraremos en los recuerdos del ayer. Es por ello que nunca se te olvidará. Siempre resucitaras en cada mañana de domingo, en tu pueblo. Guadalcanal.

José Antonio Zújar.

(Dedicado a la imagen del Stmo. Cristo Resucitado)